Por: Emilio Lagos Cortés
Terminado el año se hace obligatorio reflexionar sobre lo sucedido a lo largo del mismo. Tal reflexión implica dirigir la atención hacia lo positivo y lo negativo, hacia los héroes y los villanos. Sin duda el villano del año es el llamado presidente Duque, llamado, porque, aunque teóricamente es el hombre más poderoso del país, solo es el gordito de los mandados de la mafia y del capo que lo controla todo en Colombia.
El héroe es el senador Iván Cepeda Castro, quien precisamente ha dedicado gran parte de su vida a enfrentar a esa mafia, y que, en este año que acaba de terminar, logró poner en prisión al vocero político de esa mafia criminal que malgobierna a la sociedad colombiana.
Sabemos que todo comenzó en el año 2012, cuando Uribe, temeroso de las investigaciones que Cepeda realizaba sobre sus posibles vínculos con paramilitares, lo denunció ante la corte por varios delitos, entre ellos falso testimonio y fraude procesal. Sin embargo, la corte encontró que no había elementos para procesar a Cepeda. Sí los encontró, en cambio, para investigar a Uribe, toda vez que halló evidencia de que este trató de sobornar a varios testigos para que acusaran a Cepeda. Esto motivó la orden de detención preventiva en contra de Uribe. Por esos mismos hechos se encuentran procesados uno de los abogados de Uribe, Diego Cadena, y el representante Álvaro Hernán Prada. Al parecer, toda una empresa criminal desde las altas esferas del poder.
Aunque Uribe, usando la táctica escobariana de renunciar al Congreso para detener la investigación que se llevaba a cabo en la Corte Suprema, logró recuperar su libertad después de unos meses, sin duda se trata de un hito en la historia política de Colombia, en la que los expresidentes, aunque ricos en señalamientos de corrupción y criminalidad, han resultado intocables hasta el momento. Para la muestra un botón: por estos días es noticia que el expresidente Virgilio Barco habría autorizado el genocidio contra el partido político Unión Patriótica. El expresidente y exsenador Uribe, siempre acosado por rumores sobre sus vínculos con la criminalidad, el narcotráfico y el paramilitarismo, jamás logrará quitarse de encima su condición de expresidiario, ni la de procesado penalmente, aunque, como en el caso de Al Capone, se trate de un delito menor, en comparación con conductas más graves que se le atribuyen, sean los falsos positivos, masacres o vínculos con el narcotráfico y el paramilitarismo.
Lo anterior impone mayores riesgos hacia la vida de Cepeda y obliga a que se fortalezca su seguridad. En la cultura mafiosa las relaciones públicas y la cauda política se construyen sobre la fachada de la honorabilidad (Escobar siempre defendió la suya); la de Uribe ha sido reducida a la condición de presidiario y cínico. La mafia sin duda querrá saldar esa cuenta con Cepeda.
Tal desarrollo de los acontecimientos es sorprendente en grado máximo. Lo normal y lógico en Colombia hubiese sido que Cepeda, y no Uribe, terminase en la cárcel. En nuestro país, como en todo lugar en donde reina la mafia y la corrupción, el mafioso y el corrupto recibe honores y quienes se le enfrentan terminan en prisión, cuando no son asesinados. En el país del sagrado corazón es práctica recurrente el asesinar a los testigos antes de que puedan declarar en los tribunales; de esa manera el criminal todopoderoso puede expresar, de manera cínica, que su honorabilidad se demuestra en la medida en que no hay nadie vivo que haya declarado en su contra. El testigo desaparece, sea mediante el uso de sicarios o con cianuro. El resultado es el mismo. Cepeda, hasta el momento, ha vencido todo eso.
Pero Cepeda, además de encarnar la dignidad incorruptible ante el poder de la mafia y la corrupción, también representa esperanzas de futuro para la sociedad colombiana. Cepeda es un político con sólidas convicciones de izquierda, que trabaja por los derechos de los más amplios sectores de la población colombiana, y que realiza una crítica sólida al neoliberalismo salvaje que reina en el mundo de hoy.
Sin embargo, su militancia en la izquierda está lejos de ser sectaria. Cepeda no está vinculado a ninguna de esas facciones de la izquierda colombiana que tienen el canibalismo sectario como marca de fábrica, que lleva a la destrucción del proyecto de izquierda, antes que a enfrentar el dominio de las derechas. Cepeda aparece como un conciliador, un constructor de puentes entre los sectores de la izquierda y otros sectores de la sociedad colombiana. Una excelente opción política en el presente, y, más aún, en el futuro de Colombia.
Por lo anteriormente expresado, Iván Cepeda es otra de esas personas valiosas, como Petro, Bolívar, y Morris, entre muchos otros, con las que contamos los colombianos para la construcción de un futuro político en el que logremos superar el dominio que distintas formas de criminalidad y parasitismo, hoy expresados de forma magistral en el uribismo, han impuesto sobre la sociedad colombiana, y reemplazar esa realidad por una en la que el bienestar general prime sobre intereses particulares mezquinos.
Adenda. Resulta evidente la ineptitud de este gobierno frente a la pandemia. Presidente y ministro de salud un día hacen show televisivo hablando del plan de vacunación; pero cuando se les habla de fechas, afirman que nunca se ha establecido un cronograma de vacunación. Entre tanto, países “castrochavistas”, como Argentina, México y Uruguay, ya avanzan en la vacunación de su población.